Pág. 87: ... una noche fuimos a un concierto de Frank Delgado. Estábamos a mitad de los noventa, la guerra había concluido para los cubanos y de ella ya se hablaba poco o nada, aunque las heridas seguían abiertas. (...) El teatro estaba llenísimo y el concierto andaba de maravilla, pero en un momento el trovador, que entre canción y canción hacía comentarios chistosos sobre la situación del país, se puso serio y tocó un acorde en la guitarra. Ahí cantó: Angola era para mí sólo un nombre extraño, en la geografía de mis primeros años…

Pág. 23: ¿Cómo llegamos hasta aquí? Coloco el sombrero en mi cabeza, me pongo los audífonos y Paulo Flores empieza a cantar. Nada mejor que un angolano como compañía en este viaje. Tengo mucho tiempo para pensar.

Pág. 92: … dijo que no importaba, encendió la radio y, como por arte de magia o quizá porque siempre repetían las mismas canciones, sonó una música y Albert Hammond comenzó a cantar: si me amaras…

Pág. 309: Se acuerda del puentecito junto al río en el bosque, yo echo a correr con mis amigos y ella se queda con papi; se acuerda de un baile con la canción de Miriam Makeba; se acuerda de algunas cosas pero no le da la gana de acordarse, prefiere mirar a lo que viene, al futuro. Parece que soy el único a quien le interesa el pasado…

Pág. 109: Y en la calle la gente tarareaba la canción de Rubén Blades que decía: nunca se supo el criminal quién fue del Padre Antonio y su monaguillo Andrés, doblan las campanas, un, dos, tres…

Pág. 188: A Rosa le encantaba Rod Stewart, pero también los cantautores nacionales. Con nuestra lengua se pueden hacer muchas cosas, Ernesto, me dijo un día y tragué en seco pidiendo para mis adentros que no se me pusieran demasiado rojas las orejas.

Pág. 249: Esa noche regresé eufórico. Me acuerdo bien, porque al llegar a mi calle, iba tarareando aquella canción de Charly cuando escuché que alguien gritaba: ingeniero. Y me detuve...

Pág. 163: …abrió la puerta de su cuarto, adentro sonaba Tom Waits a volumen bastante alto. Le pregunté si quería subir conmigo a la oficina y ella me echó una de esas miraditas tan suyas antes de decir, espérate un segundo...

Pág. 281: Cuando llegamos a Berlín, su padre me prestó una guitarra, vieja y maltratada, que tenía de cuando era un jovencito. Aquellos primeros inviernos los pasamos tomando vino, cantando canciones y haciendo el amor. Luego me encontré con el club de Berlín…

Pág. 304: Pedí vacaciones en el trabajo y en junio me fui a La Habana. Necesitaba tomar distancias, ver a mi familia, cuidar de mí, como dicen los de Legiao Urbana ahora en mis oídos: já que você não está aquí, o que posso fazer é cuidar de mim...

Pág. 298: Pero para algo sirvió este empecinamiento mío, porque ahora estoy montado en un avión rumbo a Luanda, aunque en realidad no sé qué puedo esperar de este viaje. Lo único claro es que tenía que hacerlo. Y ya va quedando poco y sigo inquieto y las canciones suenan cada vez más fuerte en mis oídos. Esta de ahora le encanta a Renata, a ella siempre le gustó U2…

Pág. 225: Vuelvo a la música, a ver, Jorge Palma, mi nariz portuguesa. Quiero estar lejos de todos. Sería perfecto si, con tan sólo un chasquido de dedos, pudiera hacer que desparezcan los otros o, en su defecto, hacerme desaparecer a mí. Berto hacía algo por el estilo, aparecía y desaparecía. Chac: ya no estoy. Chac: ya volví...